Una Religión a Nuestra Imagen y Semejanza
El Señor Jesucristo llegó a Jerusalén y al entrar al templo, derribó todo lo que contaminaba ese lugar. Todo ídolo cayó. Eso mismo debe ocurrir hoy en nuestra vida y en la de nuestra congregación.
David era un buen muchacho. Estudioso, en criterio de muchos; retraído, en opinión de otros. Dado que no tenía muchos amigos, al regresar a casa se encerraba en su habitación para leer la Biblia hasta bien entrada la noche. Oraba con mucha frecuencia, dicen sus conocidos.
El conocimiento escritural acompañado de una personalidad carismática, llevaron a David a conseguir bastantes seguidores. Ellos coincidían en que se trataba de un hombre consagrado, con una espiritualidad que se apreciaba hasta en los poros. Luego vino el tiempo de enclaustramiento. Llevó a sus discípulos a encerrarse en un campamento, al que bautizó con el nombre de Monte Carmelo.
Y se produjo en su vida una extraña metamorfosis. Conocía muchos versículos de memoria. Pero comenzó a citarlos ajustándolos a extrañas doctrinas que compartía con sus adeptos. La Biblia dejó de ser lo primordial para la edificación espiritual y fueron las enseñanzas davidianas las que tomaron el primer lugar..
El resto de la historia, todos la conocen. David Koresh se inmoló con 71 personas más, incluyendo 19 niños. El trágico incidente tuvo lugar el 19 de abril de 1993, después de 51 días de enfrentamiento con las autoridades que buscaban frenar sus maquiavélicos propósitos. En Waco, Texas, quedó el triste testimonio del líder de una religión construida a imagen y semejanza del hombre...
Una religión sin compromiso
Los ídolos...Los hay de todas las formas y materiales. Al igual que en las antiguas culturas indígenas de América, dominan todo lugar. Pero también, como en tiempos remotos, los ídolos se convierten en religión. Y hay quienes, cayendo en estas prácticas idolátricas, ajustan la Biblia a sus propias creencias e ideas preconcebidas...
Una vida cristiana sin compromiso. Eso es lo que buscan muchas personas. Y ajustan los preceptos bíblicos a su conveniencia. Piensan y actúan como desean, pero cuando requieren la intervención de Dios, allí si claman. Sólo buscan al Señor cuando tienen alguna necesidad. El resto del tiempo viven para sí mismos, para satisfacer su ego.
Conozco sinnúmero de personas que tuvieron una experiencia personal con Jesucristo en una etapa de crisis. Una vez resolvieron su problema, se olvidaron de Dios. Pero también hay muchos que se auto proclaman cristianos, cargan la Biblia bajo el brazo, pero sus acciones distan mucho de ser propias de un creyente. Unos y otros traen mal testimonio y dejan una pésima imagen del evangelio.
Una religión de conveniencia
Esta situación me lleva a reflexionar en la vida de Micaía, el tristemente célebre personaje de la antigüedad. Residía en los montes del clan de Efraín. Era idólatra, deshonesto y buscaba negociar con Dios. La historia la hallamos en el libro de los Jueces, capítulo 17 versículos del 1 al 13.
En ese pasaje encontrará la radiografía de muchos creyentes “tibios” de la modernidad, que a partir de unos cuantos versículos descontextualizados e ideas pobladas de prejuicio, fabrican una religión a su conveniencia. Y más grave aún: esperan que otros se amolden a sus errados criterios y razonamientos.
a.- Los principios bíblicos no se negocian
Una característica del cristiano es asumir y reflejar en una vida principios bíblicos. No hacerlo es desconocer y negar el poder transformador del evangelio. Y en el caso de Micaía, le faltaba honradez, como podemos apreciarlo al leer los versículos del 1 al 4. Era deshonesto, pero proclamaba creer en Jehová.
Recuerdo ahora a “biblia rota”, un personaje muy particular en Puerto Tejada, Colombia...
Conoció a Jesucristo y asistía con asiduidad a la congregación. Llevaba su ejemplar de las Escrituras en todo momento. Pero un sábado cualquiera, camino de la iglesia, amigos suyos lo llamaron desde una esquina. El fingió no escucharlos. Entonces de uno de sus antiguos compañeros de farra le ofreció a gritos: “Ven, tómate una cerveza. Está fría, como te gusta. No la despreciarás”. Y nuestro protagonista vaciló. Se detuvo. En su interior batallaba el viejo hombre que le decía: “Tómate una cerveza, no es pecado. Será solo una”. Y también el hombre nuevo que insistía: “No te dejes vencer por la tentación. Resiste. Dios está contigo”. Y tomó una decisión: tomaré una cerveza. Luego vino otra y una tercera más. Terminó ebrio, sentado en una silla. La Biblia cayó a un lado. Desde ese día a Armando lo conocen simplemente como “biblia rota”. El asegura que tomarse un trago no es pecado. Y lo hace con demasiada frecuencia. Volvió a ser borracho de antes. Jamás lo olvide: los principios bíblicos no se negocian...