Publicado en Estudios / Crecimiento Espiritual / — Carlos / 2013-11-08 15:48:47 / 6078

Perdonar Las Ofensas, Nos Libera

Guardar rencor hacia quien nos ofendió se convierte en una carga difícil de soportar. Conforme pasa el tiempo, se torna más pesada. Nos roba la paz.

(3: Continuación)

Aunque cueste hacerlo, hay que perdonar...

Perdonar no es fácil. Nunca lo ha sido y, de seguro, no lo será. Pero es el camino más rápido para librarnos de la pesada carga que nos genera.

Frente a la ofensa que recibió Pablo, sus seguidores tomaron justicia por su mano. Y el apóstol les exhortó diciendo:“Le basta a tal persona (el causante de la ofensa) esta reprensión hecha por muchos; así que, al contrario, vosotros más bien debéis perdonarle y consolarle, para que no sea consumido de demasiada tristeza. Por lo cual os ruego que confirméis el amor para con él” (versículos 6-8).

Lo más posible en una persona común es que estuviera pensando en cómo vengarse. Pero Pablo les reconviene no solo a perdonarle sino a expresarle el amor de Cristo.

¿Rompe sus esquemas? Por supuesto que si ¿Siente que se le mueve el piso? Naturalmente. ¿La razón? A usted y a mí nos prepararon para aplicar la ley del Talión:“Ojo por ojo, diente por diente”.

Sin embargo. De acuerdo con el Evangelio, el perdón es una de las principales características del cristiano. Si usted profesa ser creyente, debe asumir esta pauta de vida práctica. Es ineludible.

El perdón debe ser real, no meras palabras

Es común que digamos a alguien que nos ofendió: “Te perdono” y seguir albergando resentimiento en nuestro corazón. Es un perdón sólo de palabra. Pero la advertencia del apóstol Pablo es que debemos hacerlo delante de Dios, sin lugar a ningún revés. Él dice: “... si algo he perdonado, por vosotros lo he hecho en presencia de Cristo” (versículo 10 b).

Es tanto como tener a mano una escritura de hipoteca de la propiedad de alguien. Esa vendría a ser la ofensa que recibimos y los sentimientos que despierta en nuestro ser. Y al optar por el perdón, la decisión es romper la hipoteca. No tenemos ya derecho a volver sobre el pasado. Perdonar es arrojar al fondo del mar lo que teníamos contra alguien.

El rencor abre las puertas al mal...

¿Quién gana cuando odiamos a alguien? ¿El reino de Dios acaso? ¿P por el contrario el mal? Por supuesto, guardar resentimiento y rencor sólo favorece al reino de las tinieblas como advierte el propio apóstol Pablo: “...para que Satanás no gane ventaja alguna sobre vosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones” (versículo 11).

Al perdonar, le cerramos las puertas al diablo y a todas sus estratagemas.

La decisión de asumir el perdón es suya y nada más que suya. Nadie puede obligarle. Es una decisión personal. Pero puede estar seguro de que, si lo hace, será liberado de una pesada carga que le impide crecer como cristiano y como persona... ¡No se arrepentirá! ¡Pídale al Señor Jesucristo esa fuerza que necesita para perdonar...!

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