No Basta Con Decir: Soy Cristiano
La tarde era fría. La brisa, como era natural en aquella época de 1880, invadía todos los rincones de París. Alexander Graham Bell iba camino al auditorio. Recordaba sus largos años de investigaciones promoviendo entre otros, la construcción de instrumentos de impulsos eléctricos para ayudar a personas sin audición, a salir de su ostracismo. Noches de desvelo, madrugadas enteras y jornadas que siempre sabía cuándo iniciaban pero nunca en qué momento terminarían. “Vale la pena, porque muchos se beneficiaron”, pensó.
Minutos después, decenas de personas se pusieron de pie al tiempo que el maestro de ceremonias, con voz pausada pero llena de emoción, le anunciaba que recibía el Premio Volta de la Academia Francesa de Ciencias.
Y ahí viene lo más interesante, Bell destinó la totalidad de los recursos a desarrollar investigaciones sobre la sordera. Pudo orientar el dinero a otras cosas: viajar, financiar sus inventos, alcanzar renombre, pero tenía claro que los recursos bien se invierten para el beneficio propio que para promover ayuda a los demás. Y esa última acción es la que deja huellas que el tiempo jamás podrá borrar...
Un cristiano auténtico deja huellas, impacta por su vida, es consciente que no basta con decir soy creyente sino con vivir a Jesucristo y reflejarlo en todo lo que pensamos y hacemos...
El lastre del egoísmo
Sin lugar a dudas los tiempos han cambiado. Amar al prójimo, ayudar al necesitado, ser solidarios con quienes requieren de nuestra ayuda y pensar en el bien común, se convirtieron en buenos recuerdos de una época pasada. Hoy prima el egoísmo, nadie piensa en nadie, el culto al ego ha desplazado a Dios.
Observe cuidadosamente cualquier ciudad de nuestro continente: todos andan de un lado para otro afanados, librando una batalla encarnizada contra el tiempo. No se comparte ni siquiera un principio elemental de cortesía como es el saludo. Es más, quien se atreve a decir un amable “Buenos días” o “Buenas noches” es mirado con extrañeza, como si se tratara de un espécimen raro.
Sin pretender ser un pregonero de los períodos apocalípticos, no puedo menos que recordar las palabras del apóstol Pablo cuando escribe a su fiel discípulo Timoteo: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligros, porque habrá hombres amadores de si mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a estos evita” (2 Timoteo 3:1-5).
La anterior es una magnífica descripción de la situación que vivimos actualmente en todo el mundo...
Llamados a cambiar el mundo
El mundo avanzará en su deterioro progresivo en la medida que no se produzca un cambio en el corazón del ser humano. Usted y yo fuimos llamados a marcar la diferencia. “Vosotros sois las luz del mundo: una ciudad asentada sobre un monté no se puede esconder” (Mateo 5:14).
No dispongo de espacio suficiente, pero apenas lo tenga les contaré completa la historia de Federico Oberlyne, el ministro protestante cuya vida y desenvolvimiento pastoral trajeron cambios notables en el Valle de Piedra, en Francia. Era un lugar distante y miserable. Y Dios, a través de Federico, produjo cambios que nadie, así no profesara ser creyente, podía ignorar...
No imagen sino realidad
Un cristiano auténtico genera cambios en el lugar donde se encuentra. Así lo tenía claro Pablo cuando recomendó a los cristianos del primer siglo que si se recibe de Dios un don, que se ocupe “...si de servicio, en servir; o el que enseña, en enseñar; el que exhorta, en la exhortación; en que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría. El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros; gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración...” (Romanos 12:6-12).
¡Es hora de cambiar!
Quizá me dirá: soy cristiano pero no puedo apreciar mayores cambios en mi conducta. Incluso, actúo peor que antes. El problema no está en Jesucristo, está en usted. Debe rendirle totalmente su vida a El para que se produzca una transformación auténtica. ¡El cambio comienza con una renuncia al YO para dejar que sea Cristo quien gobierno! Ese es un requisito ineludible.
Ahora, tal vez su problema es que no ha aceptado a nuestro amado Señor Jesús en su corazón. ¡Hágalo ahora! Es muy fácil. Puede hacerlo incluso frente a su computador. Basta que repita esa sencilla oración: “Señor Jesucristo, reconozco que mi vida atraviesa una crisis. No he avanzado espiritualmente. Estoy cansado de ser un fracasado y quiero ir más allá. Reconozco mi pecado y te pido que entres a mi corazón. Toma las llaves de mi ser y haz de mi la persona que tú quieres que yo sea”. Amén.