Las Características de Un Triunfador
(2: Continuación)
El triunfador reconoce sus limitaciones
La autosuficiencia es uno de los males que abundan en nuestro tiempo. A Armando Satizábal se le conoció en Bolivia por ser reconocido hacendado. Era como si tuviese la magia que rodeaba al mítico rey Midas. Todo lo que tocaba parecía convertirse en oro. Prosperó hasta más no decir. Pero un día vino la crisis: el médico diagnosticó cáncer linfático. Y de nada sirvieron sus elevadas cuentas bancarias, posesiones materiales, títulos y orgullo. Pero ni aún, en medio de esa difícil situación, quiso reconocer su necesidad de un poder mayor, el de Dios.
Salomón evidenciaba en su existencia, la humildad que le permite reconocer al ser humano sus limitaciones. Admitir que no podemos hacerlo todo. Esta característica la evidencia en su oración: “Ahora, Señor mi Dios, me has hecho rey en lugar de mi padre David. No soy más que un muchacho, y apenas sé como comportarme” (versículo 7).
El triunfador evalúa muy bien sus decisiones
Le ha ocurrido alguna vez que tras adoptar una decisión, se haya arrepentido. Es más frecuente de lo que imaginamos. Actuamos, y cuando estamos inmersos en la situación, reconocemos que no fue la mejor idea ni la reacción más aconsejable.
Si pensáramos cuidadosamente cada decisión, cometeríamos menos errores, ofenderíamos menos a nuestro prójimo y nuestro futuro no luciría tan ensombrecido. Esa encrucijada la enfrentó el rey Salomón. La diferencia radicó en que meditó en este hecho y, como gobernante, no quería cometer errores. Por esa razón acudió al Señor. En su oración le dice: “Sin embargo, aquí me tienes, un siervo tuyo en medio del pueblo que has escogido, un pueblo tan numeroso que es imposible contarlo. Yo te ruego que le des a tu siervo discernimiento para gobernar a tu pueblo y para distinguir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién podrá gobernar a este gran pueblo tuyo?” (versículos 8 y 9).
El triunfador pide la dirección de Dios
Pedir la dirección de Dios, invocar sabiduría de lo alto, es uno de los pasos más aconsejables cuando por alguna circunstancia debemos actuar. No podemos olvidar que lo que hacemos o decimos, ejerce influencia directa indirecta, no solo en nuestras vidas sino en las de quienes nos rodean. Y ese hecho lo tuvo claro el joven gobernante al solicitar la intervención divina para saber qué hacer en cada caso (versículos 8 y 9).
De esta manera, guiados por Quien lo ve todo, en el presente y en el futuro, avanzamos con pasos seguros. Pedir la dirección de Dios nos abre puertas a marchar en victoria....
El triunfador, sabe qué pedir
Es evidente que la indicación de Dios: ¿Qué quieres que te de...? era la oportunidad de la vida para alcanzar cualquier sueño. Todas las riquezas de la tierra, la supremacía militar, la fama... Si a usted Dios le dijese lo mismo: ¿Qué le pediría...? Vamos, medítelo por un instante. ¿Cuál sería su petición al Creador? Evalúe este asunto con honestidad. De seguro se encontrará con sorpresas porque los seres humanos tendemos a inclinarnos por aquello que genere mejores condiciones de vida material, antes que el fortalecimiento espiritual.
Esa situación la vemos reflejada en nuestras oraciones. A veces pedimos, pero pedimos mal. El apóstol Santiago lo describió así: “Y cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propias pasiones” (Santiago 4:2, 3). En cambio, volviendo al pasaje que estudiamos, hallamos que al Señor le agradó que Salomón hubiera hecho esa petición... (versículo 10)
El triunfador espera el tiempo y el momento oportuno
Hay un último punto de particular importancia: saber esperar el momento oportuno, el lugar indicado y el tiempo propicio. Y eso se logra únicamente en Dios. Si esperamos en El, El obrará. (Salmo 37:5). Salomón depositó toda su confianza en el Creador y eso le llevó a no acelerar un proceso que sólo el Señor podía hacer cumplir. Así lo puede usted comprobar cuando lee los versículos del 11 al 15.
Yo le sugiero que cambie su perspectiva derrotista de la vida. Dios lo llamó a ser un vencedor, no un fracasado. Usted nació para triunfar, para materializar todos sus sueños, para ir más allá de donde llegan los demás. Pero en todo esto es necesario reconocer que es fundamental que involucremos al Señor. Si lo hacemos tenemos asegurado un avance firme y con todas las probabilidades de éxito.