Publicado en Estudios / — Carlos / 2013-11-07 17:54:54 / 8620

La Diferencia Entre Consagración y Fanatismo

(3: Continuación)

¿Quién determina quien es el pecador y cuál no?

Con frecuencia nos aventuramos a señalar y a juzgar a quienes nos rodean. En muchas ocasiones, bajo el convencimiento de que sólo nuestra organización religiosa tiene la razón, nos atrevemos a decir que éste o aquél es impío, que no es otra cosa que nuestra designación –exagerada, además-- de quienes no han tenido una experiencia personal con el Señor Jesucristo, y un encuentro con El como su único y suficiente Salvador.

Pero si nos atenemos a las Escrituras, aprendemos que no somos nosotros sino Dios quien puede decidirlo. El texto señala que “Con los malvados no pasa lo mismo,    pues son como paja que se lleva   el viento. Por eso los malvados   caerán bajo el juicio de Dios    y no tendrán parte en la comunidad   de los justos. ”(versículos 4 y 5).

Decir quién es o no malvado, sería muy temerario. Incluso, aquellos que consideramos “perdidos en el pecado” en cualquier momento podrían cambiar su situación aceptando al Redentor en sus corazones. Y ese cambio puede producirse en cuestión de minutos. ¿Comprende el error de asumir la actitud de jueces de quienes nos rodean?.

El pasaje concluye con otra promesa extraordinaria, que en nuestra condición de cristianos, debe llevarnos a reflexionar. Dice:” El Señor cuida el camino   de los justos, pero el camino de los malos lleva al desastre.”(versículo 6).

Viene a mi memoria un la imagen de compañero de  la secundaria que se caracterizaba, no solo por el consumo de alucinógenos, sino por llevar una vida disipada. En aquella época lo más que podía esperar de ese amigo era verlo en la cárcel o en una sala de hospital, contagiado por el Sida.

Coincidía con otros estudiantes en decir que Dávila –generalmente nos llamábamos por el apellido antes que por el nombre—no tenía mucho futuro.

Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando, años después, lo encontré en el Seminario donde cursé la formación teológica. No sólo asistía a una iglesia sino que esperaba terminar sus años de formación académica, para asumir responsabilidades pastorales y administrativas en la denominación a la que servía.

El error fue señalarlo como un “pecador” o un “perdido” desconociendo que, no sólo jamás le compartí mis convicciones de fe –en aquél tiempo era parte de las juventudes de la Iglesia Bautista-- sino que además me ocupaba sólo de señalarle. No dudo que ofrecía una imagen de fanático religioso y no de fiel seguidor de Jesucristo.

Mirándolo desde una perspectiva aterrizada, el primer Salmo nos invita a reevaluar cuál es nuestra actitud como creyentes y revisar si no hemos caído en las fronteras del fanatismo, las que llevan al rechazo antes que a impactar un mundo que necesita del Señor Jesús.

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