Jesús, el Hijo del Hombre
Jesús, el “Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). Es bueno volver, una y otra vez, sobre la lectura de cuáles fueron las características de las personas con las que Jesús se relacionó mientras cumplió su ministerio aquí en la Tierra. Los evangelios nunca mencionan que Jesús haya participado de comidas con invitados destacados de la sociedad judía ni personas consideradas ’’importantes’’, todo lo contrario Él comió en casa de “publicanos” o recaudadores de impuestos, gente desestimada por todos los judíos, ellos eran considerados traidores porque trabajaban al servicio del Imperio Romano.
Es más, Jesús se invitó a la casa de Zaqueo, pese al repudio de la gente que le seguía. Cuando se relacionó con otro recaudador de impuestos llamado Leví y fue a comer a su casa, los religiosos lo cuestionaron preguntando ¿por qué comía con publicanos y pecadores? Y Jesús les respondió: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos” (Lucas 5:31).
Los fariseos seguía a todos lados a Jesús, buscando encontrar un motivo para arrestarlo y detener así el perturbador ministerio que estaba conmoviendo a los líderes religiosos y a toda la comunidad, ellos habían atrapado a una mujer en el acto del adulterio, delito que se penaba con la muerte por apedreamiento. Entonces la llevaron ante Jesús para averiguar qué les diría. Ellos buscaban que Jesús diera una respuesta contradictoria a la Ley de Dios. Jesús hizo un paréntesis de tiempo antes de contestar, y luego les dijo: “el que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. Y puso su vista en el suelo como dibujando algo en el piso, al rato levantando la vista le preguntó a la adúltera: “¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?”. Entonces Jesús le dijo: “Ni yo te condeno; vete y no peques más”. Aquí podemos descubrir la naturales divina de Jesús, que como “el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”. En realidad las prostitutas, los recaudadores de impuestos y otros pecadores, tuvieron ante el Hijo del Hombre temor de Dios, y ellos sacaron a la luz sus pecados ocultos, para recibir el perdón por medio de sus confesiones abiertas y públicas. Así como la adúltera tuvo una nueva oportunidad para vivir, también todos los pecadores tuvieron, y hoy tienen, la posibilidad de tener una nueva oportunidad para vivir eternamente con Dios.
Los líderes religiosos judíos creían que tocar a una persona impura contagiaba y corrompía a quien la tocara. Pero cuando Jesús tocó al leproso, ocurrió todo lo contrario, el leproso quedó limpio y sanado. Es que Jesús estaba trayendo el evangelio de la gracia divina, ya no hacían falta los sacrificios de animales, ni las purificaciones rituales para ser limpios del pecado, porque Jesús vino a mostrar y enseñar la gran misericordia de Dios. Por eso Jesús se reunió con los gentiles, comió en la mesa junto a pecadores y republicanos, tocó a los leprosos, Jesús evidenció que para Dios no hay indeseables, pues la misericordia de Dios es para todos los pecadores. Jesús vino a demostrar que Dios ama cada persona en particular, no nos ama como raza o especie humana, o masivamente; Dios nos ama personalmente. Le importamos esencialmente a Dios como individuos. Jesús no despreció a ninguno, a todos les dio una respuesta de cuanto le importaba que encontraran una solución a las perturbaciones de sus vidas, Jesús demostró que para Dios no existen los “don nadie”, todos tenemos una importante identidad para con Dios, porque Él nos amó primero y nos ama eternamente.