¡El Precio de Seguir a Jesucristo!
Jamás he podido entender cómo algunos pastores y líderes pretenden ser eficaces en el ministerio, si no pasan tiempo en oración con Dios.
Fueron muchos años de sufrimiento. Golpes, ultrajes verbales, castigos. Todo en una conjunción de dolor que parecía no tener fin. A sus setenta años, las heridas duelen más. “Reniega de tu Dios”, gritaban los guardias en aquel campo de concentración, en China. Pero contrario a eso, Ah Ling sacaba fuerzas, desde lo más profundo de su fe, y gritaba: “Jesús es el Señor”.
Llovían los puñetazos, y castigos como hacer pesados ejercicios en presencia de los demás prisioneros. “Reniega de tu Dios”, y ella, a voz en cuello: “Jesús es el Señor”. Hoy, con las cicatrices de todo el suplicio, comenta con entusiasmo: “Me daba gozo testificar frente a los prisioneros y los oficiales”. Pese a toda la persecución, la humilde iglesita de Huadu sigue firme, constante.
Los hechos revelan que seguir a Jesucristo exige pagar un precio. Para algunos es muy alto, para otros no tanto. Todo depende de nuestra disposición para ser tratados por Dios para nuestra posterior utilización en Su obra. Esta situación la encontramos descrita de una manera gráfica en el llamamiento de Abram.
1 - Demanda disposición para renunciar
Servir a Dios implica en muchos casos renunciar a cosas que pueden parecernos de sumo valor: la popularidad y la fama, la vanagloria por nuestros logros académicos o sociales, el trabajo al que quizá hemos convertido en un ídolo o a las cosas que nos generan relativa seguridad.
“El Señor le dijo a Abram,: deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré” (Génesis 12:1) Prácticamente el llamamiento de Dios le demandaba dejar a un lado todo aquello que le representaba valor, identidad y esperanzas de un mañana sólido y seguro. Era tanto como decirle a Dios: “Mi futuro está en tus manos”.
Usted que sirve al Señor Todopoderoso ¿Está dispuesto a someter su vida, su destino y sus sueños en manos de Dios? ¿O quizá hay todavía algo de lo que no quiere desprenderse? Meditemos en algo más: el Señor no le entregó a Abram un cuidadoso itinerario. Simplemente le dijo: “...vete a la tierra que te mostraré”. Una convocatoria así nos lleva a dos cosas: la primera, depender diariamente del Creador, porque no sabemos a dónde nos llevará mañana; y la segunda: confiar absolutamente en El, sabiendo que si seguimos sus instrucciones al pie de la letra, llevará nuestra embarcación a puerto seguro.
2 - Demanda confiar en sus promesas
Un joven me abordó al terminar de predicar en una campaña evangelística: “Fernando, me dice, Dios de diversos medios y en diferentes circunstancias me ha prometido llevarme a predicar el evangelio a las naciones ¿Es esto posible? ¿Veré materializado ese llamamiento al evangelismo?”. Le respondí lo que comparto con usted ahora: Eso depende ¿De qué? De si confiamos plenamente que Dios, que todo lo puede, cumplirá sus promesas. En segunda instancia, depende de nuestra fidelidad. El Señor no puede abrir las puertas para que alguien inmoral, de mal testimonio y alejado de Él, predique el evangelio. Si no ora, evade leer la Palabra de dios y se encuentra inmerso en los placeres del mundo, no espere grandes cosas. Es necesario confiar que Dios cumplirá, pero ser fieles a Él.
A Abram le tocó depositar toda su confianza en el anuncio divino: “Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición,. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan. Por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra”. (Génesis 12:2,3).
Si el patriarca hubiese dudado o quizá dejara de lado las promesas, no se habrían cumplido, como es apenas evidente. Quien sirve, ama o busca seguir a Dios, aprende a confiar, así el mundo se burle o manifiesta escepticismo. Fe es confiar, aún contra la corriente.