¿Cuáles son sus prioridades?
Para muchos, lo que guarda mayor importancia es el trabajo, la práctica de algún deporte, participar en cuanto comité o junta directiva se conforme en la empresa, la universidad, el barrio o quizá la iglesia.
Si hay algún pretexto que esgrimía Arturo Marín para explicar la razón por la que no asistía a la congregación, era la falta de tiempo. “Me gustan los mensajes, la gente es amable, me siento bien con ustedes, pero no tengo tiempo...”. Y así pasaron los días que se convirtieron en meses... Hasta el día en que decidió no volver.
“Uno no necesita estar metido en la iglesia a toda hora. Con leer la Biblia en casa y orar, basta”, comentó en diversas ocasiones, antes de partir para no volver.
Es cierto que consiguió una vivienda bien ubicada al sur de Santafé de Bogotá, y que incluso compró un auto nuevo. Pero el tiempo no le alcanzaba. A su empleo de siempre, sumó una segunda jornada nocturna, haciendo cálculos financieros para una empresa. Llegaba pasadas las diez de la noche. Un día al regresar no estaban su esposa y sus hijos. Se fueron. No aguantaron ese ritmo de vida ni sus ausencias.
Esta fue la antesala de una etapa de amargura en la que entró su vida. Decía que Dios lo había abandonado, que su familia no era agradecida ni valoraba sus esfuerzos por darles un futuro económicamente sólido, y que sus amigos le habían dejado solo cuando más lo necesitaba. De nada le servía el dinero que tenía en los bancos, porque su vida se tornó aburrida y sin propósito.
Prioridades equivocadas
La rapidez con la que evoluciona nuestra sociedad, lleva al hombre a contagiarse con la agitación. Correr, aprovechar al máximo el tiempo, apurarse a cumplir hoy con todas las tareas. Llegar cansados a casa, dormir y levantarse a primera hora del día para tomar el metro o el autobús, y seguir la misma rutina. Cada día lo mismo. Un círculo vicioso que pareciera no terminar nunca. Trabajar – dormir y dormir – trabajar. Nada cambia. Todo es igual.
“Mi vida ya no tiene sentido. El hoy en nada se diferencia del ayer y, de seguro, será similar al mañana. Igual da morir ahora que diez años después”. Revolvía el café con la mirada perdida en el vacío. Ni siquiera se tomó el trabajo de contar cuántas cucharadas echaba dentro de la taza. En sus ojos se revelaban cansancio y desgano, unidos en una expresión de hastío.
Y allí estaba yo, tratando de aconsejar a un administrador de empresas de apenas 32 años que no quiere vivir. Considera que su existencia es un infierno.
Una salida a la crisis
¿Qué le ocurre al hombre de hoy? ¿Por qué tantas consultas al médico por enfermedades asociadas con la ansiedad? ¿Qué hacer para que vivir deje de constituir un martirio y se convierta en una oportunidad extraordinaria?
Sin duda es necesario identificar qué asuntos consumen nuestras fuerzas y mantienen ocupada nuestra mente con pensamientos que despiertan afán y desasosiego. Un segundo paso es redefinir nuestras prioridades. Sólo así encontraremos salida al callejón en el que permanece atrapada la sociedad moderna.